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-He de decirle que le agradezco sinceramente que me acogiera en su casa -. Hizo una pequeƱa reverencia con su cabeza en seƱal de agradecimiento.

 

La madre de Hermes era una mujer muy reservada, parecĆ­a mayor aunque no lo era. Se habĆ­a abandonado. Seguramente estaban pasando por momentos difĆ­ciles. La granja, la casa, el muchacho… poco tiempo le quedarĆ­a para ella, una vida dura.

 

Bato comenzó a comer, hacía días que estaba caminando y no probaba bocado. Le pareció exquisito.

 

-Esta carne es la mƔs sabrosa que he probado jamƔs-

 

La madre de Hermes lo miro, se sentía muy complacida por aquellas palabras y habló por primera vez en toda la noche.

 

-Es usted muy amable, seguro que no es para tanto-. Su voz era suave y pausada.

 

-Desde luego que sĆ­, he viajado a un sinfĆ­n de lugares y le aseguro que esta carne esta deliciosa-.

 

Hermes seguía la conversación con la mirada mientras comía.

 

-¿Y qué le trae por nuestra humilde ciudad?-. Dijo la mujer curiosa.

 

Bato se sentĆ­a satisfecho de que la mujer comenzara a interesarse, asĆ­ que se dispuso a explicarle aquellos detalles que sĆ­ podĆ­a revelar.

 

-Estoy buscando a alguien-.

 

La mujer se reclinó hacia delante interesada. Bato continuó hablando.

 

-Llevamos muchos años de paz, es algo ansiado por todos los pueblos, incluso hay personas que estarían dispuestas a hacer casi cualquier cosa para mantenerla. Pero el sistema se desmorona, han aparecido insurgentes. Ellos únicamente ansían su propio beneficio mÔs que nada, gente con mucho poder y sin pudor alguno-.

 

Bato metió la mano en un pequeño bolsillo de su ropa raída y saco un emblema real. Hermes dejo de comer y se acercó curioso para ver de qué se trataba.

 

-”No puede ser!-. Dijo la madre de Hermes levantÔndose y haciendo una reverencia.- Un alto cargo de Aden, aquí en mi casa-.

 

Bato hizo un gesto con la mano indicƔndole que se sentara.

 

-Estoy viajando de incógnito, soy como un espía de mi propia ciudad. Solo quedamos un pequeño círculo de antiguos aliados. Los últimos con coherencia suficiente para saber que la insurgencia no lleva mÔs que a desazón y penurias. La gente poderosa que estÔ al frente de las revueltas ya nos conocen. Necesitamos a alguien ajeno a este círculo, alguien con la suficiente valentía para evitar el caos que nos acontece-.

 

-ĀæY usted ha venido a buscar a esa persona?-. dijo la mujer asombrada.

 

-Lo tiene delante-. Dijo mirando al muchacho.

 

Hermes abrió mucho los ojos y se quedó por un instante inmovil.

 

-Āæyo?-. Dijo poniendo el dedo Ć­ndice sobre su pecho.

 

Se hizo el silencio en la habitación.

Lacrimosa - Mozart
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