

El CĆrculo de Hermes

El muchacho le miraba de reojo. A Bato le pareció gracioso ver como intentaba parecer ocupado. Poco a poco fue acercĆ”ndose hasta llegar a su lado, parecĆa fuerte y avispado, justo lo que buscaba aunque algo joven para tan importante cometido, pero antes tendrĆa que indagar mĆ”s para averiguar si realmente le serĆa Ćŗtil. NecesitarĆa ganarse su confianza y ver hasta dónde estarĆa dispuesto a llegar, asĆ que pensó en presentarse e ir tanteando al muchacho.
- SerƔs inmortal si tanto lo anhelas, pero tu insolencia serƔ tu condena, jamƔs saldrƔs de la torre-.
La cara del chico se iluminó con una amplia sonrisa y dijo orgulloso:
-Baium el emperador de Elmoraden, el mayor y mĆ”s poderoso imperio que jamĆ”s conocerĆa la tierra. En su grandeza y arrogancia Baium decidió crear la torre que lo llevarĆa a la morada de los Dioses y asĆ desafiarlos-.
Se paró un instante, avergonzado por su Ćmpetu a la hora de relatar aquella leyenda que tanto le gustaba. Asombrado se dio cuenta que aquel anciano sonreĆa congraciado con su actitud, asĆ que decidió continuar.
-Los dioses furiosos por tal atrevimiento, mandaron sus ejércitos de Ôngeles y arcÔngeles contra Elmoraden. Tras una épica batalla, los ejércitos de Elmoraden fueron derrotados, la torre, con la que Baium intentó alcanzar los cielos, fue sellada y Baium fue condenado a pasar la eternidad en la cima de la torre, custodiado por ArcÔngeles-.
El anciano asintió y le profirió una sonrisa paternal al muchacho.
-ĀæTe gustan las historias de aventuras, verdad muchacho?- La voz ronca y profunda del anciano transmitĆan al muchacho una sensación de serenidad inusual en Ć©l. El joven se giró y se puso de piĆ© rĆ”pidamente frente al anciano. Aun siendo mucho mĆ”s alto que la media de su edad, el anciano encorvado le sacaba un par de cabezas.
-Sin duda alguna, seƱor. AlgĆŗn dĆa yo tambiĆ©n serĆ© leyenda, al igual que Baium-. Los ojos del chico brillaban intensamente.
-Creo que no llegarÔs muy lejos ahà sentado tejiendo cestas-.
El muchacho miró la cesta a medio terminar situada en el suelo al lado de su pie izquierdo.
-ĀæEsto?- SeƱaló la cesta de forma desdeƱosa. āBah-. Las fabrico en mis ratos libres para pasar el tiempo-. Dijo mientras le pegaba una patadita que la movió apenas unos centĆmetros.
EL anciano sonrió. Claramente el muchacho querĆa parecer interesante ante Ć©l y eso a Bato le encantaba.
-Ando buscando alojamiento donde pasar la noche, ya queda poco para que oscurezca , necesito descansar mis doloridas piernas y llenar el estómago con algo caliente-.
El muchacho se quedo un rato en silencio, pensativo. āUn momento, ahora regreso- y salió corriendo calle arriba dejando todas sus cosas esparcidas por el suelo.
AL cabo de 5 o 6 minutos regresó por la misma calle, pegando pequeƱos saltos de satisfacción. ā Le voy a llevar al mejor sitio donde podrĆa pasar la noche. Comida sabrosa y una cama limpia-.
El chico guardó rÔpidamente sus cosas en una bolsa que tenia colgada del hombro derecho y se acercó al anciano para ofrecerse de apoyo. El anciano le miro tiernamente en señal de agradecimiento por ese gesto tan noble y le acepto la ayuda. Despacio los dos fueron caminando calle arriba hasta llegar a una pequeña casa de madera. El muchacho golpeó la puerta tres veces con su puño cerrado, soltó la bolsa en el suelo e indicó:
-Hemos llegado a mi casa- Dijo mirando a Bato a los ojos, luego bajo la mirada. āEs muy humilde pero se estĆ” calentito por las noches.-
El anciano posó su mano suavemente sobre el hombro del chico. -Mi nombre es Bato-.
El chico levanto la mirada y dijo:
-El mĆo Hermes-. La puerta se abrió y ambos entraron.