El  Círculo  de  Hermes 

EL cuarto día del mes apareció por el horizonte un anciano encorvado cuyo bastón carcomido y ropas raídas parecían ser las únicas posesiones de dicho anciano. Su nombre,  Bato. Lentamente fue acercándose a las afueras de la ya próxima ciudad, un gran portón le esperaba solitario. Podía visualizar vagamente a la gente, tan indiferente, seguían con sus quehaceres sin sospechar cuan cruel destino les esperaba. Una leve sonrisa surgió en sus labios arrugados.

Vio de lejos como se acercaba, algo le hizo al muchacho fijarse en aquel anciano, sus miradas se cruzaron, un acto reflejo le hizo mirar para otro lado y de reojo siguió observando a ese extraño hombre que viajaba solo, su cara no le sonaba de nada aunque era difícil identificar a alguien tras esa desvencijada barba. Sentía su mirada penetrante clavada en él. Intentó afanadamente concentrarse en su trabajo, los pensamientos comenzaron a volar, su imaginativa mente no necesitaba mucho para huir a lejanas tierras o inmiscuirse en ficticias peleas por hermosas doncellas. Un dulce aroma le envolvió en una exquisita fragancia jamás olida por un  campesino sin mundo. Giró lentamente la cabeza, y ahí estaba el anciano ante sí, seguía mirándole fijamente y tan cerca que le hacía sentirse violento. Ahora que lo tenía junto a él pudo verlo mejor, sus primeras apreciaciones se vieron claramente modificadas, no parecía un hombre frágil, sino todo lo contrario, su mirada irradiaba vitalidad y sabiduría. Se agachó junto al muchacho y dijo susurrando…